Fernando Alonso rompió el silencio: la inesperada victoria que lo hizo llorar… y no fue en la pista

“Estoy orgulloso de él”, dijo el asturiano tras ver su triunfo en las 24 Horas de Le Mans

Alonso y Kubica se saludan en el GP de Australia 2008.

Alonso y Kubica se saludan en el GP de Australia 2008.RV RACING PRESS

Que Fernando Alonso se iba a emocionar y a poner en valor la victoria de Robert Kubica, en las 24 Horas de Le Mans, estaba cantado. El español se ha permitido pocas licencias extradeportivas en su vida, pero en una época fue el póker, sobre todo en Australia, donde el domingo por la noche, después de la carrera iba a jugar varias horas al Crown Casino de Melbourne, que es el hotel donde se siguen alojando la mayoría de pilotos. Su compañero en las partidas era Robert Kubica, primero probador de Renault y luego piloto de Williams BMW. Hubo una época en la que eran inseparables.

El polaco (Cracovia, 1984) logró este fin de semana una victoria épica, de las que serán recordadas para siempre en la historia de las 24 Horas. En realidad, estuvo casi la mitad de la carrera pilotando, más de 11 horas. Ya sería una hazaña para alguien en plenitud, pero para alguien tan mermado físicamente como él, con un brazo derecho casi inerte y dificultades en la pierna del mismo lado, roza lo inexplicable. Y lo mejor es que nunca le ha dado importancia.

En motorsport no hay categorías paralímpicasSe adaptan los mandos y vuelves al coche con los mejores… y vas o no vas, así de crudo, como Isidre Esteve o Albert Llovera. Y Robert va como un avión, sin darle la mínima importancia.

El accidente que sufrió en un Rally en Italia, en 2011, estuvo a punto de segarle la vida y el cuerpo por la mitad un poco antes. La pala de un guardarraíl entró por en centro de su Peugeot y lo seccionó casi todo; el brazo derecho estaba apenas unido al cuerpo y la pierna sufrió unos cortes prácticamente fatales. Tras varias intervenciones de trauma a vida o muerte, transfusiones masivas y la extrema unción, pues es muy católico y estuvo muy unido a San Juan Pablo II, salvó la vida. Pero no sólo eso. Volvió a la competición, volvió a puntuar en la F1 y nunca ha dejado de entrenarse y competir pese a las secuelas.

El domingo, Kubica se bajó del Ferrari de AF Corse como si tal cosa, sin celebraciones estrambóticas, sin el mínimo postureo, sin darse importancia, sin grititos y saltitos lamentables. Sólo reclamaba a sus compañeros para que se subieran en los laterales del coche para compartir la alegría, dignificando su oficio, como el profesional que es, como cualquier otro trabajador.

Y Alonso le estaba viendo en la mañana de Montreal, empujando su coche para que cruzara por meta en la vuelta extra tras cerrarse el descuento del cronómetro. “Es una leyenda de nuestro deporte, me alegro mucho por él. Hablamos varias veces de lo especial que es esa carrera y se merece vivirla”, dijo sobre esas charlas que han tenido sobre la prueba legendaria.

Siempre se dijo que estuvieron a punto de ser compañeros en Ferrari en 2012, antes de que el terrible accidente de Robert, pero fue Raikkkonen el que volvió por ese motivo. “Ya era una leyenda de nuestro deporte, pero ahora lo es aún más tras ganar Le Mans. Ya sabéis todo los daños que sufrió con el accidente y todo eso; creo que hoy es un día muy feliz para el automovilismo, me alegro muchísimo por él. Le llamaré mañana. ¡No quería molestarle hoy! Estará de celebración, pero muy feliz. Estoy orgulloso de él”, afirmaba el piloto de Aston Martin. Los dos saben de sobra lo que cuesta algo así.

Los dos son los únicos en el siglo XXI que han ganado un Gran Premio de F1 y las 24 Horas de Le Mans. Ya tienen otra cosa que comparten.

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