Santa Fe Klan y Karely Ruiz son ex amantes. Karely Ruiz está casada y tiene un nuevo bebé, pero todavía extraña al Klan de Santa Fe y los días antes de que se conocieran. ¡Un día se reencontraron accidentalmente en un restaurante y entonces Karely Ruiz tomó una decisión que sorprendió a todos!

LA ESTACIÓN QUE SIGUE OLIENDO EN EL DOBLADILLO

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La tarde caía sobre Monterrey, dejando una luz dorada que atravesaba los ventanales de un restaurante elegante. Karely Ruiz estaba sentada sola en una mesa junto a la ventana, con su hija recién nacida dormida en los brazos. No llevaba maquillaje, ni gafas de sol. Toda la imagen glamorosa de antaño se había quedado atrás desde que se convirtió en madre.

A simple vista, parecía tranquila. Pero bajo la calma aparente se escondía una tormenta: un recuerdo que no sabía morir. El nombre que aún palpitaba en el rincón más terco de su corazón: Santa Fe Klan.

No sabía que él aparecería esa tarde, como una ráfaga del pasado entrando por la puerta sin previo aviso.

Él llegó solo, con sudadera oscura, tatuajes asomando por el cuello, y ese perfume que aún podía recordar con los ojos cerrados. El cruce de miradas fue inevitable. Solo un segundo bastó para que los años se desmoronaran.

No hicieron falta palabras. Los recuerdos hablaron por ellos.
Él había sido su todo. Compartieron lluvia, canciones sin terminar, motos a medio arrancar y besos en azoteas olvidadas. Pero la fama lo reclamó. Y ella, cansada de ausencias, eligió a otro: alguien estable, sencillo, presente.

Tenía una nueva vida. Un esposo. Una hija. Pero no había podido borrar a Santa Fe Klan de su memoria. Ni en sus noches más felices, ni en sus momentos más vulnerables.

Él no se acercó. Ella no lo llamó. Había una línea invisible entre ellos que no debía cruzarse.

Hasta que el destino se manifestó en el sonido más frágil: un llanto.

La bebé se despertó. Y él, sin pensarlo, dio un paso. No fue el llanto lo que lo detuvo. Fue el rostro. Esa mirada diminuta, esa forma de los ojos… tan suyos.

Lo supo de inmediato. Se quedó quieto, como si el alma se le hubiera salido.

Karely lo miró, sin intentar negarlo. No hacía falta.

“No pensaba decírtelo,” susurró con la voz apenas temblando.
“Pero si la vida decidió ponerte aquí, entonces mi hija debe saber quién es su verdadero padre.”

Y con eso, se fue.

Él no la detuvo. Ni una palabra. Solo un nudo en el pecho y mil pensamientos atropellándose. Años de canciones, de aplausos, de escenarios… sin saber que una parte de él crecía en silencio, a kilómetros de distancia.

Esa noche no hubo fiesta, ni luces, ni entrevistas. Solo un estudio vacío, una hoja en blanco y un corazón lleno.

Grabó una canción. No para el público. No para volver al top de las listas. Solo para ella.

La llamó “Hija de las sombras”.

Ya no era una historia de amor inconclusa. Ya no era una nostalgia juvenil. Era una verdad viva, palpitante. Una niña que llevaba su sangre.

Y ahora tenía que decidir si seguir siendo un fantasma… o aprender a ser padre.

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