Un día cualquiera, Maya Nazor recuerda su historia con Santa Fe Klan

La lluvia caía suavemente más allá de la ventana, formando diminutas gotas sobre el cristal que difuminaban la vista de la ciudad. Maya Nazor estaba allí, envuelta en una manta de lana, acurrucada en el sillón. Una taza de té de hierbas, ya fría, descansaba sobre la mesa. No sabía por qué, pero hoy, todos los recuerdos de Ángel (Santa Fe Klan) volvieron a su mente, vívidos, como si hubieran ocurrido apenas ayer.

Cerró los ojos, y su imagen apareció. Un Ángel fuerte, un poco rebelde, pero con una mirada que siempre irradiaba ternura y amor hacia ella. Maya recordaba sus primeros encuentros, esas citas sencillas pero llenas de risas. Él, un artista urbano lleno de talento, y ella, una joven hermosa y libre. Dos almas que se encontraron en medio del caos de la vida.

Los recuerdos fluían como una película: las noches en el estudio donde él componía con pasión, dedicándole versos rap llenos de emoción; los viajes juntos, explorando nuevos lugares; o simplemente las tardes tranquilas, viendo películas abrazados en el sofá. Maya pensó en una noche lluviosa en Guanajuato. Su coche se había descompuesto en medio del camino, y en lugar de desesperarse, Ángel sacó su guitarra y le cantó bajo la lluvia. Su voz, mezclada con el sonido de las gotas, creó un momento tan romántico que parecía irreal.

Luego vino el nacimiento de Luka. Fue el instante más sagrado de su vida. Ver a Ángel, nervioso y torpe al cargar a su hijo, con los ojos llenos de amor y orgullo… Maya supo entonces que ese era el hombre de su vida. Su pequeña familia parecía una pintura perfecta.

Pero las grietas comenzaron a surgir. La presión del trabajo, los rumores constantes del mundo del espectáculo y, tal vez, las diferencias en su manera de ver la vida los alejaron poco a poco. Maya recordó esas noches de insomnio, las discusiones sin final, la impotencia de ver cómo su amor se iba desvaneciendo. Hubo disculpas tardías, intentos de arreglarlo todo, pero ya era demasiado tarde.

El timbre del celular interrumpió sus pensamientos. Dudó un segundo y contestó. Era la voz familiar de Mélany, su mejor amiga.

—Maya… tengo que contarte algo. ¿Recuerdas la noche de lluvia en Guanajuato?

Maya se estremeció. Su corazón latía más rápido.

—Sí… la recuerdo. ¿Por qué?

La voz de Mélany sonaba conmovida.

—Ángel… escribió una canción sobre esa noche. Acaba de lanzarla. Y… no es lo que la gente piensa sobre su ruptura.

Maya se quedó helada. Tomó el celular con manos temblorosas, buscó la canción más reciente de Santa Fe Klan. Empezó a sonar una melodía conocida, pero las letras le apretaron el pecho. No había reproches ni enojo. Solo recuerdos hermosos de esa noche, del amor profundo que compartieron, y una nostalgia que dolía. Al final, Ángel susurraba:

“Aunque ya no estás aquí, los recuerdos contigo siguen siendo el fuego que calienta mi alma en cada noche de lluvia…”

Las lágrimas corrieron por su rostro. Detrás de ese hombre fuerte, Ángel seguía valorando todo lo que vivieron. La verdad no siempre es como la pintan los medios. Aún quedaba, muy dentro de él, un rincón donde la imagen de Maya nunca se había borrado.

Maya suspiró, mirando por la ventana. La lluvia había cesado, y los primeros rayos de sol se abrían paso entre las nubes. Tal vez su historia nunca fue tan simple como un final triste. Aún había sentimientos no dichos, verdades ocultas, heridas abiertas. Y quizás, en algún futuro, cuando ambos hayan sanado y comprendido, tengan una segunda oportunidad… para volver a mirarse, esta vez, con el alma en calma.