Después del asombro inicial, doña María se quedó sentada, mirando fijamente a su hijo, quien sostenía en brazos a una pequeña criatura a la que llamaba “mi hijo”. De pronto, todos los recuerdos de cuando Ángel era un niño volvieron a su mente: las noches sin dormir, las fiebres, las caídas… y ella siempre ahí, levantándolo.
Mientras Santa Fe Klan bajaba la mirada, como esperando un reproche, su madre se levantó en silencio. Entró a la habitación donde él creció —esa que aún conservaba tantas memorias—, abrió el clóset, y sacó una cobijita tejida que había guardado desde hace años. Al regresar, lo miró fijamente y le dijo, con voz firme:
—Vamos a criar a este niño como un milagro. Pero para hacerlo bien, necesitas tiempo, estabilidad… y una familia a tu lado. Tienes dos opciones: seguir tu vida en la ciudad, o quedarte aquí conmigo, empezar de nuevo y ser un padre de verdad.
Santa Fe Klan se quedó pasmado.
—¿Mamá… estás diciendo que…?
—Voy a dejar el puesto del mercado. Me voy a quedar en casa para ayudarte con el niño cuando tengas que salir a cantar. Pero a cambio, prométeme una cosa: que nunca vas a dejar que este niño crezca sintiéndose solo, como tú te sentiste alguna vez.
Hubo un momento de silencio. Luego, unas lágrimas comenzaron a correr por las mejillas del rapero. Abrazó a su madre y al bebé con fuerza.
—Te lo prometo, mamá… esta vez lo voy a hacer bien.
Y desde ese instante, aquella casita en Guanajuato dejó de ser solo el refugio de un artista callejero. Se convirtió en el inicio de una nueva historia: donde el amor de familia se transformó en la melodía más profunda del corazón de Santa Fe Klan.