En un día lluvioso en Guanajuato, Santa Fe Klan regresa al mercado de su infancia y ayuda a una anciana vendedora de dulces sin saber que ella guarda un recuerdo muy especial. Un simple gesto de bondad despierta un lazo perdido en el tiempo… y una pulsera olvidada revela una verdad que cambia todo. ¿Y si aquella anciana no solo recordaba sus ojos, sino también su destino?

Aquella tarde llovía a cántaros en Guanajuato. Los callejones estrechos se llenaban de agua, y el viento sacudía las lonas del mercado viejo con un crujido frío y persistente. Santa Fe Klan caminaba despacio entre los puestos improvisados, con la gorra calada y la ropa mojada por la lluvia. No venía a dar un show, ni a grabar nada. Solo quería regresar al lugar donde todo comenzó.

Ese mercado era donde solía acompañar a su madre, llevando la canasta, con el estómago vacío y los ojos fijos en los dulces que nunca podía tocar. Hoy el mercado se veía distinto, más caótico, más ruidoso, pero el olor a humedad, los regateos de la gente y el aroma dulce del anís seguían ahí, igual que siempre.

Se detuvo frente a un pequeño puesto escondido en una esquina. Una anciana sentada entre bolsas de dulces de coco hechos a mano, envolvía con delicadeza cada pieza con papel celofán, mientras un anafre a su lado lanzaba humo tibio al aire gris. Sus manos temblaban, pero su mirada seguía encendida, como una llamita viva en medio de la tormenta.

Santa Fe Klan no dijo mucho. Escogió unas bolsas de dulces y sacó su cartera para pagar. Pero la señora negó con la cabeza y con una voz pausada le dijo:

—No hace falta, mijo. Hace años, un niño pobre solía ayudarme a recoger mis cosas cuando llovía. Nunca pedía nada, solo llegaba, me ayudaba, y se iba. No recuerdo su rostro, pero nunca olvidé sus ojos. Hoy… juraría que estoy viendo esos mismos ojos.

El corazón de él se detuvo un segundo. Un recuerdo lejano lo golpeó de golpe: sí, de niño había ayudado a una señora así, en tardes de lluvia como esta. Ni siquiera pedía un dulce, solo quería que ella no perdiera todo. Una vez había perdido su pulsera de hilo rojo mientras recogía cosas para ella. Y ahora…

Sin decir nada más, dejó el doble del dinero sobre el mostrador. Luego tomó la mano arrugada de la señora y le susurró, con la voz quebrada:

—Abuelita… esos ojos eran los míos.

La señora se quedó en silencio. Luego abrió una bolsita de tela que tenía a su lado y sacó un pequeño objeto: una pulsera de hilo rojo y cuentas de madera desgastadas.

—Tú la perdiste aquel día. La guardé todo este tiempo… esperando poder devolvértela.

Santa Fe Klan se colocó la pulsera en la muñeca. Una ola de emociones lo atravesó: gratitud, tristeza, asombro. En un mundo lleno de luces, escenarios y gritos de fans, tantas veces se había olvidado de quién fue. Pero esa tarde, bajo la lluvia, entre dulces de coco y una mano cálida, volvió a encontrarse. Con el niño que alguna vez fue. Con el corazón que nunca cambió.

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