Durante años pensé que tenía un matrimonio estable. Claro, como todos, con altibajos, pero jamás imaginé que terminaría en la sala de estar, con el corazón hecho trizas, leyendo mensajes que no eran para mí. Todo comenzó con un presentimiento, ese sexto sentido que muchas veces intentamos callar para no parecer paranoicas. Pero esta vez no me equivoqué.
La historia no tiene tintes de telenovela exagerada: es real, cruda y, lamentablemente, común. Un día cualquiera, mientras mi esposo se duchaba, su celular vibró insistentemente. El nombre que apareció me heló la sangre: “Em gái mưa”. Una mezcla extraña de ternura y misterio en ese apodo en vietnamita que significa algo así como “cô em gái dưới mưa” —una figura que representa a esa persona que entra en tu vida en silencio, sin ser pareja oficial, pero que te sacude todo.
No me pude contener. Tomé el celular, sabiendo que estaba mal, pero también sabiendo que lo que sentía en el pecho no era una simple sospecha. Y ahí estaban: los mensajes. Largos, con emojis, bromas internas, frases de cariño y… coqueteo. Mucho coqueteo. “Si no estuviera casado”, “me haces falta en mis días”, “sueño con esa tarde bajo la lluvia”.
No era físico… pero dolía igual
Muchos dirán que no pasó nada. Que no hubo besos ni cuerpo. Pero quienes hemos amado de verdad sabemos que la traición emocional puede doler incluso más. Porque los sentimientos que se escriben con el alma duelen más que cualquier roce.
Lo más devastador no fue leer lo que ella le escribía, sino ver cómo él respondía: entregado, entusiasta, encantado. Conmigo ya no hablaba así. Hacía meses que su interés por mis historias era casi nulo, que su mirada se perdía en el celular mientras yo intentaba contarle cómo me había ido en el trabajo. Ahora entendía por qué.
Su reacción me partió el alma
Lo enfrenté. Con el celular aún en la mano, temblando. Lo vi salir del baño y no pude contener las lágrimas.
—¿Quién es “Em gái mưa”? —le pregunté con la voz entrecortada.
Se quedó en silencio. No intentó negarlo, no fingió sorpresa ni culpa. Simplemente murmuró:
—No es lo que piensas.
¿Acaso no era exactamente lo que pensaba? ¿O era peor?
Lo que siguió fue una seguidilla de frases que aún hoy me cuesta digerir:
—Es solo una amiga.
—Tú y yo ya no somos como antes.
—Con ella me siento escuchado.
En lugar de disculparse, se justificó. En vez de buscar consuelo en mí, me hizo sentir que la culpa era mía, por no ser suficiente, por no escuchar, por no mantener “la chispa”. Fue como si me arrancaran el pecho y lo dejaran ahí, en el suelo, mientras él me explicaba que con ella podía “ser él mismo”.
¿Quién es esa “hermanita de lluvia”?
Investigué un poco, sin volverme loca. Supe que trabajaban en la misma oficina, que ella era más joven, risueña, y que solía publicar frases ambiguas en sus redes sociales como: “A veces las almas se encuentran aunque no deban tocarse”.
No sabía si reír o llorar. No era una amante en el sentido tradicional. Era esa figura gris, ese limbo que muchos usan como excusa para mantener una doble vida emocional sin cargar con la culpa completa.
La “hermanita de lluvia” era el escape, la fantasía, la excusa perfecta para no enfrentar lo que ya no funcionaba en casa.
¿Y ahora qué?
Podría decir que lo dejé de inmediato. Que empacó sus cosas y que lo superé con dignidad. Pero la verdad es que no fue así. Dudé. Lloré. Me pregunté si realmente había sido mi culpa. Incluso intenté hablar con él para entender qué nos llevó hasta ese punto. Pero sus respuestas fueron siempre tibias, como quien no sabe si quiere quedarse o irse. Como alguien que ya tiene un pie afuera.
Pasaron semanas y yo seguía rota. No por la otra mujer. Sino por su reacción, por su indiferencia. Por cómo me borró emocionalmente y prefirió construir un mundo paralelo en el que yo ya no existía.
Finalmente, tomé la decisión más difícil de mi vida: le pedí que se fuera.
No porque ya no lo amara, sino porque me había perdido a mí misma tratando de justificar lo injustificable. Porque entendí que merezco algo más que migajas de atención y mensajes escondidos. Porque una mujer que se elige a sí misma ya no acepta ser el segundo plano de nadie.
Una historia que no debería repetirse
Hoy escribo esto no solo como una forma de sanar, sino para alzar la voz. Para decirle a todas las mujeres que una traición emocional también cuenta, que no estás loca por sentirte devastada por unos mensajes. Que mereces amor real, presente, completo.
Y que si en tu relación aparece una “Em gái mưa” y él no hace nada para cerrarle la puerta, no te estás imaginando cosas. Te estás despertando de una mentira.
Porque hay tormentas que no llegan con truenos, sino con susurros. Con palabras dulces escondidas en un chat. Y a veces, lo más difícil no es enfrentar la lluvia… sino aceptar que ya no hay refugio.