Era una tarde tranquila en Culiacán, México, cuando el sol dorado se filtraba por la ventana de la pequeña casa que Julio Urías y Daisy Pérez habían decorado juntos cuando recién se casaron. Sin embargo, el aire en la casa ese día estaba cargado, muy diferente a los días dulces de antes. Desde el incidente ruidoso de septiembre de 2023 en el estadio BMO, cuando Julio fue arrestado por acusaciones de violencia doméstica, apenas habían cruzado palabra. Daisy estaba sentada en el sofá, sosteniendo una taza de café ya frío, con la mirada perdida en el patio vacío donde Julio solía jugar béisbol con los niños del vecindario.
Julio entró, dejando marcas de tierra roja en el suelo de madera con sus viejos zapatos de béisbol. Se quedó en la puerta, con las manos en los bolsillos, sin atreverse a mirarla directamente. Finalmente, tomó una profunda respiración y rompió el silencio con voz ronca: “Daisy, sé que no quieres escucharme ahora, pero no soporto dejar las cosas así.”
Daisy no respondió, solo frunció ligeramente el ceño, con los ojos aún fijos en el exterior. Julio dio un paso adelante y se sentó lentamente en la silla frente a ella, sus manos fuertes —que alguna vez lanzaron pitcheos perfectos en el campo— temblaban mientras las entrelazaba. “Me equivoqué,” dijo, con voz baja pero firme. “Esa noche… perdí el control. No tengo excusas. Tú no mereces pasar por eso, nunca.”
Daisy giró la cabeza para mirarlo, con los ojos enrojecidos pero manteniendo una expresión dura. “¿Julio, crees que unas palabras de disculpa son suficientes? ¿Sabes lo asustada que estuve? No solo esa noche, sino después, con la gente mirándome como si yo fuera la culpable.”
Julio bajó la cabeza, su cabello negro cubriendo unos ojos que comenzaban a humedecerse. “Lo sé. Vi todo lo que tuviste que soportar: la prensa, las redes sociales, las miradas de los demás. Yo fui quien lo arruinó todo, Daisy. Dejé que mi ego y mi enojo lastimaran a la persona que más amo.” Levantó la vista y la miró directamente. “Estoy yendo a terapia, ¿sabes? No porque el tribunal me obligue, sino porque quiero cambiar. No quiero perderte.”
Daisy guardó silencio por un momento, luego dejó la taza de café sobre la mesa, el leve sonido resonando en la silenciosa habitación. “¿Hablas en serio?” preguntó, con la voz temblorosa. “Porque si solo dices esto para que vuelva contigo y luego todo sigue igual, no lo soportaré, Julio.”
Julio se levantó, se arrodilló frente a ella y tomó su mano con suavidad pero con determinación. “Te lo juro, Daisy. Lo voy a demostrar con hechos, no solo con palabras. Haré lo que sea para que vuelvas a sentirte segura y amada. Si me das una oportunidad, no te defraudaré otra vez.”
Daisy lo miró a los ojos, esos ojos donde alguna vez vio la ternura del joven que amó desde sus días en Culiacán. Suspiró, soltó su mano pero sin alejarlo. “Necesito tiempo, Julio. No puedo perdonarte ahora mismo. Pero… voy a ver qué haces.”
Julio asintió, una leve sonrisa cruzó su rostro lleno de remordimiento. “Gracias, Daisy. No voy a rendirme.” Se puso de pie, salió al patio, tomó una pelota vieja y empezó a lanzarla al aire y atraparla —no para olvidar, sino para recordarse que todo lo que vale la pena requiere tiempo y esfuerzo para reconstruirse.