
Ángel, consumido por una profunda desesperación debido a los múltiples problemas que enfrenta, siente que su mundo se desmorona. En medio de su angustia, busca refugio en Aurora, a quien siempre ha visto con respeto pero sin demasiada cercanía emocional. Sin embargo, esta vez, su vulnerabilidad lo lleva a romper las barreras que lo separaban de ella. Con lágrimas en los ojos y la voz quebrada, Ángel la suplica desde el fondo de su corazón que no lo abandone. Es en ese instante de fragilidad que, por primera vez, encuentra las palabras para llamarla “mamá”, un gesto que carga no solo con su necesidad de consuelo, sino también con el reconocimiento del vínculo profundo que finalmente se atreve a aceptar.