Gabriela está atrapada en un torbellino de emociones. Por un lado, sabe que alejar a Tomás de su vida es una medida drástica, pero necesaria para mantenerlo a salvo de los peligros que la rodean. Sin embargo, no puede evitar que la duda la consuma. ¿Y si esta decisión termina rompiendo el vínculo especial que comparten? Gabriela teme que, en su afán por protegerlo, esté condenándolo a un dolor más profundo: el de sentirse rechazado o abandonado. Cada vez que piensa en su rostro, su corazón se llena de culpa y tristeza, preguntándose si está sacrificando demasiado al priorizar su seguridad sobre su felicidad mutua.