Una tarde gris en León, Santa Fe Klan —con su clásica sudadera— regresaba del estudio de grabación, cuando una voz conocida llamó su atención desde una esquina concurrida.
Se detuvo.
Entre la multitud, un hombre delgado, con el cabello alborotado y una guitarra desgastada en las manos, cantaba con el alma. Era El Chuy, su amigo de infancia, aquel con quien compartió los primeros sueños de rap en las calles de Guanajuato.
Habían soñado lo mismo. Pero la vida los llevó por caminos distintos.
Mientras Ángel (Santa Fe Klan) ascendía en la música, Chuy luchaba contra la pobreza, la soledad y el olvido. Perdió a sus padres, abandonó la escuela, y terminó cantando en la calle para sobrevivir.
Santa Fe Klan se acercó en silencio, le puso la mano en el hombro y dijo:
— “Hermano… ¿cómo has estado?”
Chuy lo miró, con los ojos llenos de lágrimas. No era vergüenza. Era alivio. Nadie le había preguntado eso en años.
Esa noche, Santa Fe Klan lo llevó a su casa. Le ofreció comida, una ducha caliente, y sobre todo, su oído. Chuy no pedía lástima, solo una segunda oportunidad.
Días después, Santa Fe Klan subió a sus redes un video improvisado con Chuy, rapeando como en los viejos tiempos.
Crudo. Real. Honesto.
El video se volvió viral. Los fans se conmovieron con la historia, con el talento intacto de Chuy.
Una semana después, Santa Fe Klan anunció:
“Chuy será el primer artista que apadrinaré bajo mi propio sello. Todos merecen una segunda oportunidad para subir al escenario de la vida.”
Desde una acera polvorienta hasta los escenarios más grandes, Chuy volvió a brillar.
No solo por él mismo, sino porque alguien no olvidó de dónde venía.
Santa Fe Klan, una vez más, no solo canta sobre las calles… vive con ellas.