Con un vestido rojo que contrastaba con la decoración blanca del lugar, Karely subió al escenario con el micrófono en mano. Al principio, todos pensaron que se trataba de un discurso amistoso, una anécdota graciosa, tal vez un mensaje de buenos deseos. Pero lo que salió de sus labios cambió todo.

—Lo siento, Maya, pero no puedo quedarme callada —dijo Karely, con voz temblorosa—. Todos aquí merecen saber la verdad… especialmente tú, Ángel.

Santa Fe Klan frunció el ceño. Maya soltó una pequeña risa nerviosa, sin saber qué esperar. Y entonces Karely lo soltó todo.

Contó que durante los meses anteriores, ella había mantenido contacto con el hijo de Maya y Santa Fe Klan, y que había descubierto algo que ninguno de los dos sabía: el niño no era biológicamente hijo del cantante. Presentó pruebas, fotos, mensajes, incluso un test de ADN que, según dijo, lo confirmaba.

Maya se quedó paralizada. Su rostro pasó del desconcierto al pánico, y luego a un dolor tan profundo que no pudo contener las lágrimas. Cayó de rodillas, sollozando, mientras todos los presentes se miraban sin entender del todo lo que acababan de escuchar.

Santa Fe Klan, por su parte, no dijo una sola palabra. Solo bajó la mirada, apretó los labios y caminó lentamente fuera del altar, con el corazón hecho pedazos. Nadie se atrevió a detenerlo.

La boda no se celebró. Los invitados comenzaron a irse uno por uno, dejando atrás un salón decorado con amor… pero lleno de silencio y verdad.