Carlos Slim se reencontró con un amigo después de 40 años de separación. Conmovido por el destino de su viejo amigo, que con casi 80 años aún trabajaba como guardia de seguridad para mantener a su familia, Carlos Slim tomó una decisión que cambiaría su destino.

Una tarde cálida de principios de verano, Carlos Slim —el empresario más rico de México— asistía a la inauguración de un centro comunitario en el barrio humilde donde había crecido. Entre la multitud, sus ojos se posaron en un hombre mayor, delgado, con un uniforme de guardia de seguridad descolorido, parado discretamente junto a la entrada.

Había algo en su mirada que le resultaba familiar. Carlos se acercó, con pasos que parecían retroceder en el tiempo.

—¿Raúl? —preguntó, con voz suave.

El guardia alzó la cabeza, lo miró unos segundos… y entonces sus ojos se iluminaron.

—Carlos… ¿Eres tú?

Raúl y Carlos habían sido amigos inseparables en la infancia. Jugaron juntos en las canchas de tierra, compartieron el último pan que horneaba la madre de Raúl cada mañana. Pero la vida los llevó por caminos distintos: Carlos estudió, prosperó, y se convirtió en magnate. Raúl, por necesidad, dejó la escuela y trabajó desde joven para sostener a su familia.

Después de 40 años, Raúl, casi con 80, seguía trabajando turnos nocturnos como guardia para mantener a su esposa enferma y a una nieta en edad escolar.

Carlos se quedó en silencio, conmovido. Nunca imaginó encontrar a su viejo amigo en tal situación.

Al día siguiente, tomó una decisión que cambiaría el destino de Raúl para siempre: le otorgó una suma suficiente para que pudiera retirarse con dignidad y fundó una beca con su nombre: “Beca Raúl Sánchez”, destinada a jóvenes de bajos recursos del mismo barrio donde ambos crecieron.

—“Tú compartiste conmigo el último pan. Hoy, solo hago lo que es justo” —le dijo Carlos, mientras le tomaba la mano con firmeza.

Raúl no respondió con palabras. Solo le apretó la mano, con los ojos llenos de lágrimas.

Desde aquel día, la vida de Raúl cambió por completo. Dejó de trabajar de noche, pudo cuidar a su esposa y ayudar a su nieta con las tareas. Carlos, por su parte, amplió el alcance de la beca a distintas partes de México, pero siempre conservó el nombre original —como un tributo eterno a la amistad, la gratitud y los lazos que ni el tiempo ni el destino pudieron romper.

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