Camila llega al café de siempre, pensando que será una reunión más, pero cuando entra y ve a Susana sentada en una esquina, siente una curiosa mezcla de nervios y curiosidad. Hasta ahora, su relación había sido superficial, intercambios breves y formales. Sin embargo, el destino parece haberles dado la oportunidad de conocerse mejor.

Al principio, la conversación gira en torno a temas triviales: el clima, el trabajo, los planes del día. Pero poco a poco, las palabras fluyen más naturalmente, y ambas se permiten abrir pequeñas ventanas a sus vidas. Camila menciona su pasión por la fotografía, y para su sorpresa, Susana sonríe y le cuenta que también le encanta capturar momentos, especialmente paisajes al atardecer.

La conexión se profundiza cuando empiezan a hablar de sus familias. Descubren que ambas crecieron en hogares estrictos, con padres que les inculcaron valores similares, aunque cada una los haya interpretado de manera diferente. Camila menciona su amor por los libros, y Susana confiesa que su mayor sueño siempre fue escribir una novela, aunque nunca se ha atrevido a intentarlo.

En ese momento, Camila se da cuenta de algo: Susana, a quien siempre había percibido como alguien distante y seria, tiene un mundo interior lleno de sensibilidad y sueños por cumplir. Por su parte, Susana empieza a ver en Camila una compañera que podría entenderla de formas que nadie más ha hecho.

Antes de darse cuenta, las horas pasan, y lo que comenzó como una coincidencia fortuita se convierte en el inicio de una amistad prometedora. Cuando finalmente se despiden, ambas sienten que han encontrado en la otra un reflejo inesperado, como si, a pesar de sus diferencias aparentes, compartieran una conexión que las enriquecerá a ambas