Demián, visiblemente alterado, frunce el ceño y fija su mirada en Helena cuando ve que ella se dispone a contestar una llamada de trabajo en medio de su tiempo juntos. Su tono de voz, inicialmente contenido, pronto se torna acusador. “¿Otra vez el trabajo? ¿Es que nunca puedes desconectarte ni un segundo cuando estás conmigo?”, espeta, su frustración palpable.
Antes de que Helena pueda explicar o siquiera disculparse, Demián se acerca bruscamente, le toma ambas manos con fuerza, inmovilizándola. Su agarre es tan intenso que Helena siente el dolor inmediato en sus muñecas. Ella intenta soltarse, pero él no cede. Con una sonrisa tensa y amarga, le dice: “Cada vez que estamos juntos, solo quiero pasar un buen rato, ser divertido. Pero parece que siempre haces algo para arruinarlo. Todo me molesta, Helena. ¡Todo!”. Su tono sube de volumen, mezclando reproches y una ira contenida que amenaza con desbordarse.
Helena, con los ojos llenos de temor y una sensación de vulnerabilidad creciente, trata de calmarlo: “Demián, no era mi intención… es solo una llamada rápida, no quería molestarte”. Sin embargo, sus palabras parecen avivar aún más la furia de Demián, quien finalmente la suelta, pero no sin lanzar una última mirada cargada de resentimiento antes de dar media vuelta y alejarse, dejándola temblorosa, con las muñecas enrojecidas y el corazón acelerado.
En ese momento, Helena no solo siente el dolor físico, sino también una punzada en el alma al darse cuenta de que las reacciones de Demián son cada vez más impredecibles y destructivas.