Un día cualquiera, Santa Fe Klan entró en una elegante tienda de relojes de lujo en la ciudad de México. Llevaba su sudadera habitual, jeans sencillos y una gorra bajada. Para muchos, parecía un joven más del barrio, no una estrella internacional de la música urbana.
Al pasar por la puerta, sintió rápidamente las miradas incómodas. Un vendedor, sin molestarse en saludar, lo observó de arriba abajo y le dijo con frialdad:
— Los precios aquí no son para todos.
Santa Fe Klan sonrió con calma. Miró los relojes, especialmente uno con detalles dorados que claramente llamaba su atención. Al intentar acercarse, el mismo empleado le bloqueó el paso y, casi burlándose, añadió:
— ¿Seguro que puedes pagar eso?
Sin mostrar enojo, sin levantar la voz, Santa Fe Klan lo miró a los ojos y le dijo solo cinco palabras:
—¿Aceptan efectivo o tarjeta?
El silencio invadió la tienda. El empleado, visiblemente incómodo, comprendió su error al instante. Alguien más en la tienda lo reconoció y murmuró:
— Es Santa Fe Klan…
El vendedor tragó saliva, pálido. Pero ya era tarde. Ángel, con la misma humildad de siempre, dio media vuelta y salió sin comprar nada. No necesitaba probar nada a nadie.
Esa tarde, el reloj más caro de la tienda no fue lo más valioso en ese lugar. Fue la lección que dejó el rapero: nunca juzgues a alguien por su apariencia.