Edgar, decidido a llevar a cabo su plan contra Jezabel, se dirige a los barrios bajos, donde sabe que encontrará a “El Pintas”, un tipo conocido por moverse en los círculos más turbios de la ciudad. Conocido por su astucia y su disposición a involucrarse en negocios sucios, “El Pintas” es exactamente el tipo de persona que Edgar necesita para su propósito.
Al encontrarse con él en una cantina de mala muerte, entre humo de cigarro y vasos de tequila barato, Edgar se sienta frente a “El Pintas” y va directo al grano. Con voz baja pero firme, le propone un trato: convertirse en su cómplice para eliminar de una vez por todas a Jezabel, quien se ha convertido en un obstáculo para ambos. Edgar le promete que, si acepta, lo hará su socio en futuros negocios, sin necesidad de que él invierta ni un solo peso. Será como entregarle una parte del pastel sin que tenga que arriesgar nada más que su habilidad para resolver “problemas”.
“El Pintas”, con una sonrisa burlona y mirada desconfiada, escucha la propuesta mientras juega con el vaso entre las manos. Él sabe que Edgar no haría semejante oferta si no estuviera desesperado, pero la idea de ganar poder y dinero sin mover un dedo resulta demasiado tentadora como para rechazarla de inmediato.
Sin embargo, antes de aceptar, “El Pintas” le deja claro que no será un simple peón en el juego de Edgar. Exige garantías y condiciones, sabiendo que involucrarse en algo tan peligroso como acabar con Jezabel podría costarle mucho si las cosas salen mal. Edgar, consciente de que no tiene muchas alternativas, asiente con paciencia y le promete que todo está bajo control, pintándole un panorama donde ambos saldrán ganando y Jezabel desaparecerá de sus vidas para siempre.
Los dos hombres se estrechan la mano en señal de un acuerdo frágil, pero lleno de ambición y traiciones latentes. Lo que Edgar no sabe es que “El Pintas” nunca juega limpio, y aunque hoy parecen aliados, cualquier movimiento en falso podría convertirlo en su próximo objetivo.