La luz de la mañana se colaba suavemente por los ventanales del hospital en Guanajuato. Santa Fe Klan, con su sudadera con capucha y el rostro serio, observaba en silencio el pasillo desierto. Desde una pequeña habitación al fondo, se oía el llanto débil de un recién nacido.
El bebé había sido abandonado poco después de nacer. No tenía nombre, ni papeles, ni familia. Solo una manta delgada lo cubría, y unos ojos grandes que miraban el mundo por primera vez.
Nadie imaginó que Santa Fe Klan —el rapero conocido por sus letras crudas y vida de calle— entraría en esa habitación, tomaría al bebé en brazos y susurraría con ternura:
“Ya no estás solo, carnalito.”
Regresó a casa con el niño en brazos. En el camino, algunos lo reconocieron, tomaron fotos, murmuraron. Pero él no prestó atención. Algo dentro de él había cambiado.
Al llegar, Maya Mazor —su prometida— abrió la puerta. Se quedó sin palabras al ver a Ángel (como le decían algunos) sosteniendo a un bebé entre sus brazos, con una expresión que mezclaba amor, miedo y decisión.
“¿Qué está pasando, amor?” —preguntó ella, con la voz baja.
Santa Fe Klan se acercó, le puso al niño en los brazos y simplemente dijo:
“Lo dejaron solo. Yo no pude… no quise dejarlo ahí.”
Maya miró al bebé, luego a su futuro esposo. Hubo un momento de silencio. Después, con lágrimas en los ojos y la voz firme, declaró:
“Si tú tienes el valor de traerlo a casa, yo tengo el corazón para criarlo contigo. A partir de hoy, somos una familia.”
Desde ese instante, ya no eran solo pareja. Eran padres. Una nueva historia empezaba —una historia escrita no solo con rimas, sino con amor, compromiso y un destino inesperado.