Nadie esperaba que Mona apareciera. La boda de Santa Fe Klan y Maya Nazor transcurría bajo una cálida tarde dorada, en un ambiente lleno de amor y emoción, hasta que todas las miradas se giraron hacia la entrada: Mona había llegado. Llevaba un vestido rojo encendido, caminando con seguridad, con una sonrisa enigmática. Su presencia rompía por completo la armonía del momento.
Los murmullos comenzaron de inmediato. Algunos amigos cercanos de Maya se apartaron discretamente del resto, reuniéndose en un rincón del jardín con rostros preocupados.
“Ella no vino a felicitar a nadie,” dijo una amiga. “He oído que Mona aún no supera lo de Ángel.”
Otra asintió. “Tenemos que advertirle a Maya. Que no escuche lo que ella diga.”
Mona no perdió tiempo. Se acercó directamente a la pareja, con una mirada decidida. Pero justo antes de hablar, el grupo de amigas de la novia se interpuso.
“No escuches lo que ella diga, Maya,” advirtió una de ellas. “Vino con malas intenciones, no para celebrar.”
Maya miró a Mona, con una mezcla de confusión y sospecha. Pero en cuestión de segundos, su expresión se volvió firme. Apretó con más fuerza la mano de Santa Fe Klan y dijo con voz tranquila: “Hoy es nuestro día. Nadie va a arruinarlo.”
Mona se detuvo. Rodeada de amor verdadero y solidaridad, entendió que no tenía lugar en ese momento.
La boda siguió. La música volvió a sonar, las risas regresaron, y Mona, con sus tacones altos y una mirada vacía, se marchó en silencio.