Para hallar la esencia de este artista que le ha dado la vuelta al mundo, lo acompañamos a la región que lo vio nacer: Santa Fe, Guanajuato.
El barrio de Santa Fe Klan se alza entre verdor, olor a tierra mojada y callejones empinados que albergan casitas de coloridas fachadas y un sui géneris glamour local. El soundtrack que ambienta esta estampa mexicana de periferia, es una letanía de perros ladrando que se mezcla con un corrido norteño melancólico que resuena desde unas bocinas improvisadas. “Por estas veredas me perseguía la ley”, rememora el rapero, señalando un caminito angosto rodeado de obras negras y algunas edificaciones modernas que desentonan con el paisaje. “Algunos vecinos se daban la vuelta cuando nos veían tomando, oyendo música o cantando, y llamaban a la patrulla. Las bandas locales tenían nombres, los chuntaros o la nueva era. Nosotros corríamos y subíamos por la azotea de mi casa, pero una vez no tuve suerte y me llevaron”, confiesa.
Hoy, los policías de la cuadra son sus fans y lo protegen cuando organiza conciertos en la zona. Se ha corrido la voz de su visita y una multitud se arremolina alrededor de Ángel Quezada —es decir, Santa Fe Klan—, mientras posa para esta sesión de fotos. Algunos de los presentes beben cerveza, mientras que otros fuman yerba. “Aquí circula la mariguana del barrio, de la buena”, me asegura. Caminamos acompañados de sus seguidores, de algunos niños emocionados por el alboroto, sus amigos raperos de la vieja guardia y amas de casa que, con bebés en brazos, parecen encantadas porque pasó algo diferente ese día. Cerca, se pasea un pequeño ejército de adolescentes tatuados a la imagen y semejanza del ídolo local, ese que no olvida sus raíces y concurre con frecuencia en esta colonia popular, ubicada a pocos minutos del Centro Histórico. Al lado de la 473 SFK Shop —la tienda oficial de su marca que levantó donde antes era su hogar—, destaca un mural con su imagen rindiendo devoción a la Virgen. En la parte posterior, se encuentra la esquina de la tristeza, rincón donde el artista, hace menos de una década, se inspiraba para crear algunas de esas atormentadas canciones que se han convertido en himnos: “Aquí me enamoré y tuve a mi primera novia que, por cierto, me traicionó”, comparte. “Muchas veces, jugaron con mis sentimientos y yo lo sabía, pero lo escondía y me iba a grabar, llorando. Me gustaba estar triste y escribir sobre eso. Siempre quería que algo malo pasara para tener una experiencia para una nueva canción. Aún ahora, creo que me gusta estar mal”.
Santa Fe Klan ha trascendido el hip hop desde que lanzó su primer disco en 2017 y se ha convertido en un todo un fenómeno musical avasallador que cuenta con alrededor de 10 millones de oyentes mensuales en Spotify, 8.88 millones de suscriptores en YouTube y más de 7.5 millones de fans en Instagram. Y ni qué decir de sus colaboraciones —con Steve Aoki, Snoop Dogg o las más recientes, con Reik y Nanpa Básico— o de sus gigantescos shows y giras. “El niño de oro”—así se refiere a él una vecina que lo conoce desde pequeño— logró salir del barrio para desfilar por alfombras rojas, colaborar con sus ídolos —como B-Real de Cypress Hill— y hasta formar parte del Universo Marvel, pues su canción “Soy” es parte de la banda sonora de Black Panther: Wakanda Forever. “Estoy agradecido de que le enseñen al mundo que aquí, en los barrios, también tenemos corazón, tristeza y sentimientos; y que, a pesar de lo que se vive, se pueden hacer grandes cosas”, afirma.
A sus 23 años, Ángel Quezada es, además, punta de lanza de esta ecléctica ola de música urbana popular que no admite elitismos, preferencias, ni purismos, y que ha cautivado al gran público. Santa Fe Klan, que nació como colectivo y que pronto se convirtió en el proyecto de una sola persona, revolucionó el mundo del hip hop al fusionarlo sin prejuicios con la música mexicana tradicional. Su llegada a la escena coincidió con ese momento disruptivo en el mundo del llamado nuevo pop —como muchos de sus exponentes nombran a la música urbana— , en el que las etiquetas dieron paso un nuevo paradigma incluyente que se aleja de las fórmulas convencionales, apelando a un realismo crudo, cotidiano y romántico muy personal, en un contexto en el que el rap mexicano se mantenía en un perfil más bien underground. Otro de sus momentos clave llegó gracias a Camilo Lara del Instituto Mexicano del Sonido y a Toy Selectah (ex de Control Machete e ícono de la vanguardia azteca), quienes le produjeron el disco Santa Cumbia: “Baladas, cumbias, norteñas y más. Lo hago porque me gusta, aunque yo digo que me quedo con el hip hop para siempre. Ahora, tengo más de 30 canciones nuevas, algo de bachata y rock and roll; además, estoy apoyando a mis amigos, como a Tornillo —uno de los nuevos rostros alternativos de la música urbana—. También, estoy entrándole al reguetón y mi padrino me llevó a Los Ángeles y a Nueva York para trabajar con algunos productores pesados”, adelanta sobre lo que viene musicalmente hablando.
“Me gusta tener todo tipo de audiencia, no hice esto para que se convirtiera en mi trabajo, nunca pensé que llegaríamos hasta aquí”, reflexiona y acepta que se considera algo así como un predestinado, un elegido: “Desde niño yo tengo algo. Todos hablaban de mí, me buscaban y se querían dar un encontronazo conmigo. Todo lo que me ha pasado me ha enseñado a ser amigo del mal. Conozco a mucha gente mala y siempre he sentido que me quieren chingar, que la muerte está ahí conmigo. Le temo, pero tengo un ángel que me avisa cuando me tengo que quitar. Me he salvado de dos o tres tiros, pero la muerte es algo que tengo presente”, reconoce. “Siento que en otra vida fui algo, desde que nací sabía que lo iba a intentar y lo iba a lograr. A veces, me pongo a pensar qué pasa si muero, si me transformo en otra cosa o si desaparezco nada más. Creo que el mundo les dio a mis papás a alguien que merecían porque a ellos no les va a volver a faltar algo y antes no teníamos nada”, comparte.
Más allá del barrio
Al día siguiente, viajamos a la casa-estudio del artista, ubicada en una elegante zona de Zapopan, Jalisco. El escenario es otro: un gran sofá con una pantalla de televisión gigante y varias consolas de videojuegos; un esqueleto de tamaño real vestido de beisbolista yace en uno de los sillones junto a un plato de guacamole a medio comer, cuadros panorámicos, samplers y tornamesas. De mirada profunda, el artista suele observar de frente mientras responde y ríe al tiempo que celebra sus propias ocurrencias. “Nunca he ido al psicólogo y es un error, porque tengo un desastre en mi cabeza, muchas ideas, problemas y tristezas”, reconoce. “Me arrepiento de no haber acabado la escuela. Iba a clases y me ponía a escribir canciones, no me importaban los maestros. Quisiera regresar, pero ¿te imaginas el desmadre que se haría si voy ahorita?”, advierte. “Me he metido de todo. Antes eran cosas más fuertes, pero las dejé y ahora solo consumo alcohol y mariguana. Las pastillas no me gustan porque tengo la sangre bien caliente y cualquier cosita, o si me faltan al respeto, me hierve por dentro”, advierte con coraje.
Sobre la legalización, opina que “le quitaría mucha inspiración a su música. Legalizar la mariguana le quitaría el sentimiento de peligro de hacerlo a escondidas”, y también reconoce que, pese a la fama, ha sido discriminado: “Hay gente que no me reconoce en algunos aeropuertos y me doy cuenta de que me ven raro por mis tatuajes. Soy humilde de corazón. A veces, me canso, pero no puedo hacer nada porque soy figura pública y no puedo cagarla ni defenderme porque es dar mal ejemplo”. En el cuerpo del artista habitan varios tatoos. Tantos, que ni él mismo recuerda cuántas veces se ha rayado la piel. En su espalda destaca la imagen del Rey del Corrido, Chalino Sánchez —uno de los primeros mártires de la música norteña, asesinado en Sinaloa a principios de los años 90— que convive con el poeta ranchero José Alfredo Jiménez. Uno de los más nuevos es el rostro de su querida novia, la influencer Maya Nazor y también tiene a sus padres dibujados en los brazos; además del Pípila, ese héroe nacional representativo de su natal Guanajuato, imagen que lo conecta con esa mexicanidad a la que nada suele reprocharle. “Estoy orgulloso de mi país. Aunque, a veces no me guste, termina ganando lo que sí me gusta y lo que me inspira. Me acostumbré a esta vida mala como todos y si un día me voy a vivir a otro lado, digamos a España, siento que me voy a querer regresar a México luego, luego”, reconoce. Un cristo, un San Judas, las palabras “dinero, adicción, lágrimas, amor” y los números 473 —la clave de larga distancia telefónica de su Estado— y 1999 —su fecha de nacimiento— son parte del cuadro.
De su cuello asoman unas pesadas cadenas de oro y en una cuelga un rosario metálico dorado con la figura de la Santa Muerte. “Me la regalan mucho en pipas y estampas; a mi madre y a mi novia les da miedo”, relata. “Esta me la aventaron y la esquivé, iba directo hacia mi cara en un concierto”, revela el artista que, en ocasiones, suele usar un chaleco antibalas: “Lo usé en un concierto que tuve en la calle. Pensé que podría llegar algún envidioso o alguien a quien le hice algo en el pasado. Lo traigo por algo que pueda pasar, aunque yo no ando con gente que no tenga que andar, solo me dedico a la música”, declara. “Desde pequeño me gustaban las pistolas, por eso voy a lugares donde las rentan, para tirar. Me gusta la adrenalina, pero no cargo un arma, no son para mí”.
Santa Fe Klan reconoce que su historia parece extraída del arquetipo del cuento de hadas donde el héroe vence los obstáculos, da cuenta del dragón y se queda con el tesoro (y con la princesa). Con Maya, ha procreado al pequeño Luka. “Le contaba que habían jugado conmigo. Le escribí por muchos años. No era mi fan; creo que todavía no me entiende, pero lo sigue intentando y siempre vamos a ser una familia. Quiero verla feliz. Mi felicidad son ellos, mi barrio y mi disquera. Quiero que, pase lo que pase, Luka siempre nos vea juntos. Siento que mi familia me formó bien, pese a los problemas. La palabra amor fue la primera que me enseñó mi madre”, sentencia.
Hoy, su futuro es prometedor y Mundo, su disco más reciente, ha venido a reforzar su estatus de estrella. Entre sus planes está crear una fundación de ayuda infantil y aprender a tocar todos los instrumentos existentes. “Tengo a mi niño, mi familia, mi pareja. Tengo esa motivación, pero me faltan otras cosas”, revela. “¿Qué me falta? Tiempo. Mi equipo y yo estamos contentos de todo lo que hemos logrado, he vivido muchas cosas buenas y malas que me han hecho abrir los ojos, pero ¿sabes?, esto apenas está comenzando”.
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