Federico se acerca a Greta en un ambiente tenso, mirándola con una mezcla de determinación y frialdad. Con voz firme, le revela que ha decidido comprar sus acciones, dejando claro que su motivación no es el amor que siente por ella, sino un profundo respeto por Gonzalo, su exesposo. Este gesto, aunque podría parecer noble, está impregnado de una ambigüedad que deja a Greta sintiéndose desconcertada y vulnerable. Su mirada se oscurece, y en su mente surgen preguntas sobre las verdaderas intenciones de Federico, quien parece jugar en un tablero más grande del que ella comprende.

Mientras tanto, en otro punto de la ciudad, Claudio se encuentra en un tren rumbo a Madrid, con el corazón latiendo con fuerza por la ansiedad y la emoción. Durante el trayecto, recuerda cada instante compartido con Fátima, cada risa, cada secreto, y su determinación se fortalece. Al llegar a la capital, busca el lugar donde suelen encontrarse, sintiendo una mezcla de nerviosismo y esperanza. Cuando finalmente se enfrentan, Claudio abre su corazón, confesándole su amor de una manera apasionada y sincera, deseando que sus sentimientos sean recíprocos.

En una escena paralela, Bárbara se encuentra a solas con Mario, la tensión palpable en el aire. Después de mucho tiempo de reflexionar sobre su relación, decide dar un paso al frente. Con voz temblorosa pero decidida, le confiesa que, a pesar de la distancia y de los cambios en sus vidas, nunca ha dejado de quererlo. Sus palabras son un torrente de emociones, y los recuerdos compartidos inundan la habitación, creando un espacio donde la nostalgia y el deseo se entrelazan, desafiando el tiempo y las circunstancias que los han mantenido alejados. Mario, al escucharla, siente un remolino de sentimientos que le hacen cuestionar todo lo que creía saber sobre su propia vida.