El mítico tenista hace una lectura emocional de su carrera tras su retirada
Rafael Nadal, el dia de su retirada en la pasada Copa Davis.
El tenista de Manacor empieza relatando una de sus primeras experiencias con el concepto de profesionalidad: “creo que tenía unos 12 años. Me encantaba ir a pescar (…) Un día fui a pescar, cuando podía haber estado entrenando y al día siguiente perdí mi partido (…) mi tío, que a esa corta edad tuvo una gran influencia en mí y que fue quien hizo que me enamorase del tenis, me dijo: “Está bien, es solo un partido de tenis. No llores ahora, no tiene sentido. Si quieres pescar, puedes pescar. No hay problema. Pero entonces perderás. ¿Y si quieres ganar? Si quieres ganar, lo primero es lo primero”. Fue una lección muy importante para mí”.
Rafa recuerda también que sus primeros ídolos eran en realidad su tío Miguel Ángel, futbolista internacional, o Carlos Moyá, también mallorquín, número 1 del mundo, con el que pudo pelotear de niño y que con el tiempo sería su entrenador: “Fue una experiencia inolvidable, una ventana a otro mundo. Para mí el tenis estaba pasando de ser solo una diversión a ser un verdadero objetivo. Me hizo soñar un poco más: Un día, tal vez pueda jugar en Roland-Garros…“
Despedida Rafael Nadal.
El tenista también señala evidentemente su prolongada relación con las lesiones: “Me lesioné cuando tenía 17 años y me dijeron que probablemente nunca volvería a jugar al tenis profesional. (…) No es solo una pequeña fisura en el pie, es una enfermedad, no tiene cura, solo tratamiento. Es el Síndrome de Mueller-Weiss (…) Pasé muchos días en casa llorando, pero fue una gran lección de humildad y tuve la suerte de tener una familia que siempre han estado y están muy cerca de mi en todo y sobre todo mi padre, la verdadera influencia que he tenido en mi vida, que siempre fue muy positivo: “Encontraremos una solución”, dijo. “Y si no, hay otras cosas en la vida aparte del tenis” (…) después de mucho dolor, cirugías, rehabilitación y lágrimas, se encontró una solución, y durante todos estos años fui capaz de resistir.
Nadal destaca como sus momentos de mayor alegría profesional: “La Copa Davis en 2004, Roland Garros en 2005, por supuesto Wimbledon en 2008. (…) ¡Hay tantos! Tengo muchísimos recuerdos increíbles. Sin embargo, nunca puedes dejar de esforzarte. Nunca puedes relajarte. Siempre tienes que mejorar. Esa ha sido la constante de mi vida: Siempre superar los límites y mejorar”.
Reconoce también que se sentía “nervioso antes de cada partido. Antes de un partido, me acostaba sintiendo que podía perder” y destaca que “Cuando sales a la pista, puede pasar cualquier cosa, por tanto, todos tus sentidos deben estar bien alerta. Esa sensación de fuego interior, los nervios, la adrenalina de salir y ver una pista llena, es una sensación muy difícil de describir. Es una sensación que solo unos pocos pueden entender y estoy seguro de que nunca será lo mismo ahora que me estoy retirando como profesional. Todavía habrá momentos de jugar exhibiciones y tal vez también tiempo para otros deportes. Yo siempre competiré e intentaré dar lo mejor de mí, pero no será la misma sensación”.
Señala una excepción en el control de emociones: “Pasé por un momento muy difícil, mentalmente, hace unos años. El dolor físico era algo a lo que estaba muy acostumbrado, pero hubo momentos en la pista en que tenía problemas para controlar la respiración y no podía jugar a mi mejor nivel. (…) Afortunadamente, no llegué al punto de no poder controlar cosas como la ansiedad, pero todos los jugadores pasan por momentos de dificultad para controlar la mente. (…). De lo que estoy más orgulloso, a pesar de haber luchado, es de que nunca me rendí, siempre di el máximo”.
Rafael Nadal, en su último partido, durante la pasada Copa Davis.
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Rafa reconoce que “en los buenos momentos nunca me creí Superman y en los malos, nunca pensé que todo era un desastre” y espera que su legado “sea que siempre intenté tratar a los demás con profundo respeto. Esta era la regla de oro de mis padres. De niño, mi padre siempre me decía: Mira a tu alrededor y observa a las personas que admiras, cómo tratan a los demás (…) Me llevé esa lección conmigo a todos los partidos que jugué. No me impulsaba el odio hacia mis rivales, sino un profundo respeto y admiración. Simplemente intentaba mejorar un poco para poder seguirles el ritmo. ¡No siempre funcionaba! Pero lo intentaba”.
Concluye señalando que “durante más de 30 años, he dado todo lo que he podido a este deporte. A cambio, recibí alegría y felicidad. Alegría y felicidad, amor y amistad, y mucho más”.