De visita en su tierra natal, el lanzador de los Dodgers recibió a los periodistas de ‘Su Otro Yo’ para hablarles de su vida, que puede sintetizarse en una palabra: beisbol.
Fernando Valenzuela en 1982. (Fotos: David Ricardo)
En su edición de marzo de 1982, el mensuario erótico ‘Su Otro Yo’ publicó una conversación exclusiva con Fernando ‘El Toro’ Valenzuela, a quien Vicente Ortega Colunga (1917-1985), director de la revista, y el fotógrafo David Ricardo fueron a buscar y encontraron en Etchohuaquila, su pueblo natal, en el cual pasaba unos días de vacaciones. El siguiente es un fragmento de esa entrevista, olvidada durante décadas, con la que recordamos al legendario pelotero mexicano (1 de noviembre de 1960-22 de octubre de 2024).
Fernando se fue a cazar conejos
El Toro se fue a cazar conejos. Estábamos en Etchohuaquila, una ranchería del municipio de Navojoa, al sur de Sonora, a donde llegamos después de un largo viaje que comenzó con el vuelo de la Ciudad de México a Hermosillo, donde nos encontramos con el genial caricaturista Abel Quezada y Fortino León, director del periódico El Sonorense, quienes nos acompañaron a la terminal para tomar un camión a Guaymas, la tierra de Silvia Pinal, Isela Vega y muchas otras mujeres hermosas. De ahí abordamos un taxi.
—¿Conoces Etchohuaquila? —le pregunté al chofer.
—No, pero daré con ella —me respondió.
Preguntando, nos fuimos encaminando hacia ese lugar terregoso que Valenzuela ya puso en el mapa del mundo. Y así, con el calor sofocante, cargando cámaras y grabadoras, llegamos a la casa de la familia de Fernando, una construcción humilde que acusa mejoras y cambios. Tocamos a la puerta y una mujer nos abrió.
—¿Está Fernando? —le pregunté.
—No —respondió—, anda de cacería, anda matando conejos.
—¿Y tiene buena puntería?
—Cómo no —dijo con una sonrisa—, aquí los conejos se matan a pedradas y él tiene un muy buen tiro recto.
La señora era tía del ahora famoso beisbolista, nos invitó a pasar y nos estuvo platicando de su sobrino en la casa donde él creció y donde viven su papá, su mamá y sus doce hermanos, siete hombres y cinco mujeres.
Salimos a caminar por la única calle de este pueblo mayo, nos metimos en un jacal donde vendían golosinas y refrescos.
—No da unas cervezas bien frías —le pedí a la tendera.
—Yo no vendo bebidas embriagantes, solo refrescos, jamoncillos y galletas de animalitos —contestó. Después se nos quedó viendo y preguntó:
—¿Ustedes, de dónde vienen?
—De México —contestó David Ricardo.
—¿Son papeleros, verdad? Ahí traen la cámara, de seguro vienen a ver a Fernando.
—Sí —respondimos casi al unísono.
—Pues dizque anda cazando conejos —agregó ella—, yo soy su tía y me doy cuenta de que ahora viene mucha gente al pueblo, antes no venía nadie, pero desde el año pasado muchos “yoris” llegan para acá. Y ahora, ¿qué van a hacer?
—Esperarlo —le dije.
Para entretenernos nos recomendó ver el juego de beisbol en el parque de enfrente en el que ante un público escaso pero emocionado jugaban Los Dodgers, antes llamados Venados, de Etchohuaquila. Ahí conseguimos unas cervezas y estuvimos viendo el juego hasta que alguien vino a avisarnos que había regresado El Toro.
“El beisbol es mi vida”
Cuando llegamos a su casa, Fernando estaba solo con Linda Burgos, con quien se casó recientemente. Al llegar, él nos abrió la puerta.
—Fernando —le dije—, venimos de México, somos de la revista Su Otro Yo y queremos hacerte unas fotos y una entrevista.
Nos vio con ese brillo peculiar de sus ojos negros y bonachones.
—Con todo gusto, pásenle, siéntense. Podemos platicar un rato, pero fotos ahorita no, miren cómo ando.
Estaba despeinado, sin rasurar, con la ropa empolvada, y cómo no si regresaba de cazar conejos. El Flaco David Ricardo y yo nos acomodamos en los sillones de la sala, frente al pitcher sensación, quien finalmente decidió cambiarse y arreglarse un poco para la entrevista.
Y así comenzó el relato de su propia historia:
—Nací aquí, en Etchohuaquila, un pueblo de indios mayos puros de los cuales desciende toda mi familia: mis abuelos, mis padres, mis hermanos, todos somos indios mayos. Aquí estudié la primaria y, al igual que en todas las escuelas de Sonora, lo primero que hicimos al ingresar fue formar una novena de beisbol, es nuestro deporte favorito, toda mi Sonora querida es beisbolera.
“Mi primaria era la Miguel Hidalgo, ahí le agarré todavía más amor al beisbol. Primero y siempre pítcher, pero, como todos, también jugaba otras posiciones: primera base o fílder, pero lanzar era lo que más me gustaba y me gusta.
“El de la escuela fue mi primer equipo, luego me pasé a la Liga Ejidal de Navojoa. Tenía trece años. Después me fui a Los Venados de Etchohuaquila, en donde estuve dos o tres años, también jugando varias posiciones, así se empieza, ¿no?”
Fernando Valenzuela sabe escuchar y responde pausadamente, con tranquilidad, hilando poco a poco las palabras. Así prosigue sus recuerdos.
—Nada más estudié la primaria, ahí aprendí a jugar beisbol, aunque creo que son cosas que ya trae uno en la sangre. De ahí en adelante todo lo que he hecho en mi vida es jugar beisbol, me gusta mucho, es mi vida y yo creo que cuando uno hace las cosas que le gustan, pues de verdad siempre le salen bien.
La fiebre beisbolera alrededor de Valenzuela está en todas partes en México y Estados Unidos, sobre todo, obviamente, en Los Ángeles, donde es uno de los grandes ídolos. Hace poco en la televisión Guillermo Ochoa anunció que tendría una exclusiva con él, pero aquí estamos nosotros, antes que nadie, escuchando su relato y tomándole fotos.
—Después de Los Venados, de 1975 a 1976, me fui para jugar a la Liga Estatal de Hermosillo. Ahí estaba como amateur en el equipo de Navojoa, con que el que ganamos el campeonato. Empezaba a foguearme. Después firmé mi primer contrato con Los Mayos de Navojoa de la Liga del Pacífico.
—¿Solo te interesaba el beisbol?
—Sí, la pasión, el amor al deporte, la pelota caliente era todo lo que me interesaba.
—¿Y luego, cómo continuó tu carrera?
—La temporada con Los Mayos fue muy importante para mí, aprendí mucho del oficio. De ahí me mandaron con los Cafeteros de Tepic, con los que tuve varios juegos importantes. Luego viaje al estado de Guanajuato para participar en la Liga Central por tres meses, fue una experiencia vital porque ahí se inician los profesionales. Más tarde, entre 1977 y 1978, pasé a la Liga Norte de Sonora en San Luis Río Colorado. Luego regresé a Navojoa, nuevamente con mi equipo, Los Mayos, de la Liga del Pacífico. Otra vez sentía el calor del hogar, me calentaba la fogata de mis seres queridos.
—¿Nunca quisiste hacer otra cosa que jugar beisbol?
—Jamás. Nunca he hecho otra cosa en mi vida; desde que salí de la primaria solo me he dedicado a jugar beisbol, es todo en mi vida. Ha sido una constante evolución, superarse, afinarse y aprender de los que saben más y han querido enseñarme. Puedo decir que si tengo algo es porque siempre pongo todo mi esfuerzo y concentración en lograrlo, mi vida es vivir pitcheando bien, subirme al montículo y saber lanzar la bola.
—¿Qué pasa después de tu regreso a Los Mayos?
—Los Mayos me dieron la oportunidad de mandarme a Ocotlán, Jalisco, en 1979. Ahí estuve en la Liga Mexicana de Verano y más tarde, como cuatro o cinco meses, con Los Leones de Yucatán.
—¿Ya tirabas como ahora?
—Creo que siempre he tirado igual, nada más que ahora tengo más perfeccionamiento, más práctica, serenidad y colmillo. Ya se traen ciertas facilidades para lanzar una bola, para darle efecto, y luego, si desde chico uno le pone atención al asunto, pues más.
—Tu vida dio un giro cuando te descubrió Mike Brito, buscador de jugadores para los Dodgers de Los Ángeles.
—Sí, fue en 1979, en Navojoa. Me decía “llámame Mike”. Él me llevó a Los Ángeles a fines de 1979. Primero jugué en la liga menor, en 1980, en San Antonio. Me sentí bien y, por mis buenas actuaciones, ese mismo año me ascendieron a los Dodgers casi al final de la temporada, gané dos juegos y no perdí ninguno.
—¿Y luego?
—En 1981, cuando se abrió la nueva temporada, para el primer juego los dos pitchers que iban a abrir se lastimaron y entré a sustituirlos. Fue una suerte para mí. En los entrenamientos me habían visto en buena condición y así fue como empezaron las grandes oportunidades para demostrar mis capacidades.
Fernando El Toro Valenzuela, de voz tranquila, no se siente en el montículo de la fama, es sencillo y amable. Para finalizar la entrevista, se dirige a una cómoda y saca algunas fotografías, avanza hacia nosotros y nos las muestra. El Flaco y yo las vemos entusiasmados. En una de ellas aparece con su descubridor y representante Mike Brito. En otra está con el mandatario estadunidense Ronald Reagan y con el presidente José López Portillo (no hay que olvidar que El Toro fue el único deportista invitado a la histórica reunión que el año pasado sostuvieron los dos gobernantes. El tiempo se ha ido, pero David Ricardo y yo lo sabemos, el próximo encuentro con Fernando Valenzuela nos está esperando.
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